domingo, 19 de mayo de 2013

Capítulo 2



Las chicas se miraron entre ellas, no se esperaban que les dijeran que se fueran con ellos a tomar algo. Sheila dijo:

-          A mí me parece bien, chicas. ¿A vosotras?
-          A nosotras también. – Dijeron Rebeca y Diana.
-          ¿Pero estáis locas? A saber que os hacen estos degenerados. – Dijo Virginia mirándoles con cara de asco.
-          No tranquilas, solo queremos invitaros a tomar algo. ¿Tan malo es? – Dijo el de ojos verdes con una gran sonrisa.
-          Vale. Pero con una condición. – Dijo Miriam muy seria.
-          ¿Cuál? – Dijo el único que todavía no había hablado.
-          Cuando terminemos no nos volvamos a ver. ¿Entendido? – Contesto Miriam
-          Miriam, no seas tan borde. No nos van a hacer nada. No parecen tan mal chicos – Dijo Sheila.
-          ¿Y qué? Una cosa es lo que parezcan y otra es que lo sean. Miriam y yo vamos por vosotras, que quede claro. Que si fuera por estos elementos preferiría estar castigada sin salir de por vida. – Dijo Virginia.

Los cinco chicos no pudieron evitar soltar una gran carcajada a lo que había dicho Virginia. El rubio con el gorro dijo:

-          Vale, aceptamos la condición aunque va a ser difícil. Si seguimos viniendo por aquí, ¿algún día nos tendremos que encontrar no?
-          Pues no tiene porqué pasar, ¿De acuerdo? – Dijo Miriam
-          Vale, vale no nos comas. – Dijo el otro rubio.
-          Perdonadlas, son un poquitos sensibles al conocer a chicos tan directos. – Dijo Rebeca
-          Perdonadas. – Y soltaron una gran carcajada.

Y tras coger todas sus cosas, salieron de la bolera. Diana preguntó:

-          Bueno, ¿dónde nos lleváis?
-          Sorpresa. – Dijo el de acento andaluz.
-          Bueno, aquí hay que ser justos, vosotros por lo que se ve ya os sabéis parte de nuestros nombres, ¿Cómo os llamáis vosotros? – Dijo Miriam, poniéndose de frente a ellos haciéndoles parar.
-          Vale, decidnos primero los vuestros. – Dijo el de la sonrisa.
-          Nosotras lo hemos preguntado primero, caradura. – Dijo Virginia
-          Vale. Yo soy David, el más bajito es Dani. – Dijo el de acento andaluz.
-          Yo soy Dani, y no soy tan bajito eh? – Dijo el otro rubio.
-          Yo soy Carlos, podéis reconocerme porque siempre llevo gorro o sombrero.  Dijo el rubio con el gorro.
-          Yo soy Álvaro. – Dijo el de la sonrisa.
-          Y yo Blas. – Dijo el más calladito.
-          ¿Qué nombre es ese? – Dijo Virginia.
-          Pues el mío. Igual que tú te llamas Virginia, yo me llamo Blas. – Dijo poniéndose serio.
-          Virginia no puedes dejar de quejarte por una vez en el día? – Dijo Rebeca, molesta.
-          Perdonadla, hay que tener paciencia con ella y con Miriam. – Dijo Sheila.
-          Eh! Que estamos aquí ¿eh? – Dijo Miriam.
-          Nada, tranquilas. ¿Y vosotras como os llamáis? – Dijo Álvaro.
-          Pues yo soy Sheila, y las quejicas ya sabéis como se llaman. – Dijo Sheila en broma.
-          Nosotras somos Rebeca y Diana y como habéis podido comprobar somos gemelas.  – Dijo Diana
-          Vale, y ¿cómo os diferenciamos? – Preguntó Dani.
-          No hace falta, no nos vais a volver a ver. – Dijo Miriam.
-          Miriam, Virginia, parad ya de una vez. No les conocéis. Dejad vuestro juego ya. ¿OK? – Dijo Rebeca.
-          Pues porque yo, Diana, tengo el pelo más oscuro que mi hermana. – Dijo Diana señalando su pelo castaño oscuro y el pelo de Rebeca castaño claro.
-          Ah, vale. Pues encantados – Dijo Carlos.
-          Igualmente aunque estas dos petardas no lo quieran reconocer. – Dijo Rebeca.

Llegaron a una cafetería, entraron y se sentaron en tres mesas juntas para que pudieran entrar los diez juntos. Pidieron y empezaron a hablar. Miriam, sin malas intenciones dijo:

-          Bueno, ¿y cómo es que nos habéis invitado?
-          Miriam, deja de joder a los pobres chicos. – Dijo Sheila
-          No va a malas, en serio. Sólo quiero saberlo.
-          A mí también me gustaría saberlo. – Dijo Virginia
Las gemelas y Sheila suspiraron porque sabían que contestaran lo que contestaran iban a atacarles.
        -      Bueno, ¿qué decís? – preguntó Miriam.

No hay comentarios:

Publicar un comentario